Hay momentos en la vida en que uno se deja ir, y en una larga y
cálida noche de junio, da rienda suelta a sus sentimientos, se cree invulnerable, y en un arranque de inconsciencia, se declara a aquella diosa del
instituto que, en las frías mañanas de invierno, era la más inaccesible de sus
fantasías.
Si en esos
momentos píllas a la chica de tus sueños lo suficientemente desinhibida como
para ver el lado amable de la vida, es posible que vivas una experiencia
mística que rememorarás muchos años después, mientras estás tirado en un
aeropuerto, mientras te aburres en la sala de espera del dentista, o mientras
sacas el bazo por la boca corriendo por ahí en un vano intento por perder tu barriga
cervecera.
Una experiencia de
ese tipo fue la que vivieron ayer cuatro discípulos de The Special One, que liberados del yugo de
aquel que decide a quien se puede llamar por teléfono y a quien no, pudieron
sentir la libertad en estado puro. Yendo con los buenos, ganaron a los
malos.
Y es que poder
encabronarte libremente con las soplapolleces de Cristiano, indignarte con las arrabaleras entradas de Pepe o condescender con el quiero y no puedo de Coentrão, sólo es comparable a uno de esos
momentos de catarsis verbeneras en los que la cruda realidad parece desaparecer
ante la apoteosis de la vida.
Llegará septiembre, y el éxtasis de una larga noche de verano será
sólo un recuerdo que intentará abrirse paso entre la monotonía de la asfixiante
rutina mourinhista.
Pero Casillas, Arbeloa y Xabi Alonso podrán recordar para siempre
que, aquel verano de 2012, ellos jugaron con los buenos y que ellos
combatieron, y vencieron, al repeinado lado oscuro de la Fuerza.
Sergio Ramos recordará además de eso que, en un arranque de
genialidad, no se sabe si testicular o enajenada (apostemos por lo segundo),
pasó a la historia como uno de los que, con un penalti transformado más allá de
la lógica, alejó aún más de su Olimpo virtual a un Cristiano más anticristo, más ansias que nunca, incapaz de entender como el paraguas protector de
Mourinho no era lo suficientemente grande para contener a otros
madridistas que, por una noche, se dieron el gustazo de ser, ellos también, los
buenos de la película.
Que no les despierten hasta septiembre.
Que no les despierten hasta septiembre.