sábado, 26 de mayo de 2012

Independentistas, aburridos y mal educados.


Finiquitada la temporada, parece obligado hacer un resumen. Resumen interesado, por supuesto.

Para unos, la ultramegavaliosa Copa del año pasado ha dado paso a la Liga de todas las ligas, la de los récords, la del ansiado fin de ciclo.

Para otros, la Copa de Botswana significa la cuadratura de un círculo virtuoso que, en forma de catorce títulos, confirma la hegemonía del mejor equipo de fútbol de la historia.

El fútbol circula por el movedizo territorio de las emociones, por lo que reclamar un mínimo de cordura es, al menos, complicado.

Cada uno tiene su parte de razón, pero un día después del final de todo, lo que realmente importa a los de siempre es que las aficiones de los finalistas de la Copa del Rey silbasen el himno de España (es curioso que la caverna ilustre obsesivamente con estelades catalanas el concierto de viento de un Calderón ocupado en sus dos terceras partes por seguidores del Athletic), que el villarato sigue robando penaltis a los rivales de un avasallador F.C. Barcelona que, además, insisten en abrirse de piernas ante el "aburrido" juego blaugrana (Tomás Guasch, en Marca, insiste en los valores futbolísticos de un Chelsea adoptado por el merengonismo oficial en contraposión con el tostón guardiolista) y que el Barça siga quedando retratado como una institución barriobajera que, al contrario que el señorial Real Madrid de José Mourinho, no sabe ni perder ni ganar (de traca el numerito del impresentable Siro López en Punto Pelota).


Y sin embargo, lo que queda es que en lo que llevamos de siglo XXI el Barça supera en siete títulos oficiales al mejor club del siglo XX, y que en las dos temporadas de Mou en el Madrid el club blanco ha conquistado una Copa y una Liga (enhorabuena) frente a los siete títulos del Barça (Champions incluida) en ese mismo periodo.

Eso si. La sanción a Tito Vilanova por meter el ojo en el dedo de Mou, permitirá al nuevo entrenador del Barça iniciar la temporada sin jugarse el físico ante The Special One.

¡Menos mal!

jueves, 24 de mayo de 2012

¿La Copa de Botswana?


¡Ah! ¿Pero eres catalán? Pues no lo parece... 

Recorriendo España, he tenido que oír comentarios como este durante casi veinticinco años.

Nunca he llegado a saber si era una forma de halagarme (?) o de insultarme, pero la intención parecía bastante clara.

Independentistas o españolistas, o ni una cosa ni otra, la inmensa mayoría de los catalanes creemos que España (el resto de España) es un país estupendo, con defectos atávicos, pero con virtudes absolutamente incomparables.

En una realidad estatal, como mínimo compleja, que cada uno se sienta más o menos cómodo con su propio encaje es una cuestión personal que poco tiene que ver con el fútbol.

Lo que deben tener muy claro los defensores de la unidad de destino en lo universal, es que F.C. Barcelona y Athletic Club de Bilbao juegan la Copa del Rey por que no tienen capacidad de elección. O juegan las competiciones organizadas por la Real Federación Española de Fútbol, o no juegan.

Discutir sobre los deseos que unos u otros tendrían de jugar competiciones organizadas por cualquier otra federación entran, de momento, en el terreno de la política ficción.

Es por ello que, atrapados como estamos en la realidad de una España atenazada por problemas mucho más importantes que una final de Copa, discutir sobre si determinados seguidores de determinados equipos de fútbol se sienten más o menos españoles, se antoja como una burda discusión sobre el sexo de los ángeles. Más si tenemos en cuenta que algunos de los culés más acérrimos son de Móstoles y que algunos de los seguidores más radicales del Athletic son de Albacete. 

Que un señor del Barça o del Athletic (o del Rayo Vallecano), considere que España es la madre de todos sus males, es tan absolutamente lícito como que el merengón más recalcitrante nos considere a vascos y catalanes la réproba reencarnación de Lucifer. 

En cualquier caso, que aquellos que llevan décadas cagándose en las muelas de unos españoles que, tal vez, lo son por obligación y sin ninguna vocación, se escandalicen ahora porqué esos españoles periféricos y desafectos, expresen su opinión, es como mínimo una notable muestra de cinismo.

Se pregunta la inefable Esperanza Aguirre que qué pasaría si madrileños y andaluces pitasen el himno de Catalunya en una final en el Camp Nou.

No pasaría nada, porque es empíricamente imposible que eso suceda.

Lo que si podemos imaginarnos es lo que sucedería si sonasen los himnos de Catalunya o Euskadi en un Santiago Bernabéu libre de obras en sus retretes. Incluso Roncero podría llegar a escandalizarse (Jiménez Losantos o César Vidal no). 

Porque en otro modelo de estado, en un país diferente, podría suceder que en una final de Copa sonasen, junto a la Marcha Real, Els Segadors y el Eusko Abendaren Ereserkia.

Probablemente, en ese escenario, los aficionados de Barça y Athletic respetasen mucho más los símbolos de todos los españoles.

Mientras tanto, la única respuesta que queda para esos parias nacionalistas a los habituales gritos de "Puto Barça y Puta Cataluña" o de "Vascos asesinos", es el de silbar un himno que no sienten como propio y que, en cualquier caso, representa a una mayoría que poco hace por integrarlos.

A pocas horas de la final, parece que la gran decepción de la España carpetovetónica y retrógrada, sería precisamente que nadie pitase al Príncipe ni al himno (menos combustible para su maquinaria propagandística).

Yo critico habitualmente a aquellos que no respetan los símbolos. Es decir, critico a una caverna mediática que ha hecho del insulto al Barça una estrategia comunicativa.

Mientras muchos sigan creyendo que insultar a unos pocos es absolutamente gratis, tendrán que aceptar que esos pocos se explayen libremente cuando los méritos deportivos de sus equipos se lo permita.

Y por cierto... después de los pitos (que los habrá), tanto en España como en Botswana se podrá ver la mejor final de Copa posible.

Quedémonos con ello. 

martes, 22 de mayo de 2012

Panmadridismo de verbena.


En un pasado no muy lejano, cuando el Real Madrid de la quinta del Buitre ganaba ligas a porrillo, al sufrido barcelonista le quedaba poco más que agarrarse al orgullo de sentirse parte de aquello que se entendía como més que un club.

A nivel vitrinas del museu, el més que un club servía de más bien poco, pero al menos, ese sentimiento ayudaba digerir el dominio de un Real Madrid encantado de conocerse.

Aquel Real Madrid tampoco iba mucho más allá en Europa, pero ya se sabe, en el país de los ciegos, el tuerto era el rey.

Y sin embargo, cuando al Dream Team de Johan Cruyff le dio por comenzar a cambiar la historia, aquel tuerto vestido de blanco tuvo que echar mano de palmarés para acallar cualquier voz disidente.

Entonces el Barça ganaba tanto como el Madrid, pero unos resultaban ser poco menos que unos advenedizos, mientras que otros seguían siendo el mejor equipo del siglo XX, además, por supuesto, de ser el equipo de España.

Cuando con Pep Guardiola y Leo Messi, vía Frank Rijkaard y Ronaldinho, al Barça se le ocurrió comenzar a ganar más, mucho más, que al Real Madrid, jugando además infinitamente mejor y ganándose la simpatía de una mayoría, la caverna decidió perfeccionar una cualidad históricamente madridista: la de sobredimensionar cualquier éxito, por nimio que pudiera resultar.

Y el nivel de perfeccionamiento fue tal, que además de celebrar pichichis como si de Ligas se tratase o equiparar una Copa del Rey con una Champions nonata, el madridismo fue capaz de apropiarse de los triunfos del equipo de su futuro entrenador (la Champions del Inter) y ha tenido el morro de fagocitar la victoria del antiguo equipo del actual dueño del corralito blanco (véase la Champions del Chelsea). O sea, que cuando es necesario, el merengonismo no tiene reparos en asociarse a éxitos ajenos. Todo vale con tal de imaginarse, aunque sea en sueños, al mismo nivel que los tocahuevos blaugrana. 

Es el panmadridismo de verbena.

Porque la caverna es capaz, ante el riesgo de que Messi vuelva a pasarle la mano por la cara a Cristiano Ronaldo, de abogar por la candidatura al Balón de Oro de un Drogba cuyo teatro parece ser más del gusto mesetario que el de Alves o Busquets.


Y si a la caverna se le agotan los dardos contra un Barça al que ya no puede difamar más, que mejor que arremeter contra un Bayern que después de ser el único equipo capaz de jugar a algo en la final de Champions, cae a imagen y semejanza de los señores de ahí arriba contra una imitación del equipo de su idolatrado Mourinho.

Todo son risas y cachondeo, a la espera de que Barça y Athletic Club jueguen una final de verdad en un estadio donde no es necesario reforzar las letrinas.

Eso si, en cuanto se acerque esa final, la que puede cerrar el círculo virtuoso de la era Guardiola y mantener al F.C. Barcelona en su actual posición hegemónica, más de uno se olvidará de Drogba, del Chelsea, de Neuer, del Bayern, y abrazará la fe verdadera del Athletic Club de Bilbao, porque aunque sea a costa de envolverse en una ikurriña, los leones incluso pueden convertirse en unos recios y simpaticotes primos del norte...

Cualquier cosa antes de que el Barça gane una Copa que el año pasado era mucho más Copa que ahora.


jueves, 17 de mayo de 2012

El capullo de Mou.


Mourinho se va de vacaciones poniendo en marcha la campaña pro-Balón de Oro más larga de la historia.

Que The Special One crea que Cristiano Ronaldo merece el galardón es tan lícito como que yo piense que mi hija de catorce años tiene las cualidades necesarias para compartir medular con Xavi e Iniesta. Al fin y al cabo, al ser humano acostumbran a cegarle las emociones.

El problema de Mourinho es que, además de cargante y cansino, resulta ser un manipulador que ha encontrado, eso si, el hábitat idóneo al calor de una caverna mediática diseñada para rendirse a los pies del mayor embaucador de la historia del fútbol.

Al dictado de Mou, los medios afines se estrujan las meninges para multiplicar los muchos méritos del segundo mejor jugador del mundo (¿seguro?) en aras de satisfacer los egos de su niño mimado y del jefe del cotarro (a alguno, ver lucir un brazalete de capitán le excita más que una proposición deshonesta de la mismísima Alessandra Ambrosio).

Mientras tanto, los goles que el año pasado equivalían a la excelencia futbolística no sirven ahora para nada, aunque algunos, con la temporada ya finiquitada para el Real Madrid, siguen contabilizando para el portugués los goles marcados en petropachangas.
Pero no pasa nada, sólo faltan siete meses y medio (y media temporada por disputar) para que los encargados de votar decidan quien es el mejor jugador del mundo. 

La realidad sólo es una, pero Mourinho ya se ha encargado de larvar el capullo que pretende transformar, en este largo periodo que él mismo se encargará de amenizar, en un mariposón denominado jugador más rico, más guapo, mejor peinado y con abdominales mejor definidos y muslo derecho más excitante del mundo mundial.

Y aunque Mou y sus acólitos ya se encargarán de alegrarnos estos meses, los culés somos insaciables y continuamos perpetrando nuestra particular, cíclica e interminable autosodomización, con la inestimable ayuda de mercenarios cavernarios como Sostres y nunca suficientemente satisfechos ex-presidentes como el inefable Jan.

Ante todo, que no decaiga la fiesta. 

La "prensa" necesita vivir, aunque sea en verano.

@extrizquierdo

domingo, 6 de mayo de 2012

Los penaltis de la caverna.


La diferencia de penaltis a favor y en contra entre Real Madrid y F.C. Barcelona ha sido escandalosamente favorable para los blancos durante toda la temporada.

Una vez decidido el título en favor del Real Madrid, sin embargo, el estamento arbitral se ha liberado y ha comenzado a señalar, sin complejo ni rubor, cuanto penalti a favor del Barça se ha puesto a tiro.

Algunos de esos penaltis han sido catedralicios, otros así, así, y otros, directamente no lo han sido siquiera. Pero poco importa. Parece que la consigna era, una vez vendido todo el pescado, equilibrar las estadísticas de dos equipos que, con los números en la mano, han pisado el área rival con la misma asiduidad.

Con el Real Madrid ya campeón, la historia dirá que los blancos marcaron más goles y que, al final, más o menos, chutaron los mismos penaltis que el Barça. 

Pero claro, después de vivir el orgasmo cavernario del Cristiano Ronaldo pichichi y bota de oro con un Barça campeón de Liga y Champions la pasada temporada, el alud de penaltis a favor del Barça en estos últimos partidos parece la excusa perfecta para explicar lo efímero del récord de CR7 ante el torrente de goles de un Messi desatado.

No hay que perder el tiempo en bobadas. Evidentemente, aunque Cristiano no lo haya entendido siempre así, una Liga es inigualablemente incomparable a cualquier reconocimiento personal; pero el placer de ver como 50 goles (y más allá), le agrían la leche a algún defensor de la petulancia y la estulticia, no tiene precio.

Y ese placer, ese alivio de segundo clasificado, es inmenso cuando el Barça está a punto de conseguir aquellos consuelos que la central lechera vendió como títulos imaginarios de un mourinhismo muy necesitado. Y estos quedan en nada ante la mística blaugrana en el reconocimiento a una forma de ser; quedan en nada ante el éxtasis en la despedida a Pep.

Por mucho que el Sr. Mourinho siga hablando del Barça en la victoria, y por muchas clausulas absolutistas que incluya en su allanamiento a las oficinas de Concha Espina, nunca conseguirá que el madridismo celebre, en su despedida, una derrota como si de una eucaristía merengue se tratase.

Pep Guardiola lo ha logrado. Perdiendo Liga y Champions, ha obtenido del barcelonismo la superación de cualquier atisbo de complejo, dejando en su adiós las llaves de la masía a Tito Vilanova y las escrituras a un divino Leo Messi, que con menos penaltis chutados que el incubo portugués de protuberantes muslos, ha entrado definitivamente en la historia del fútbol mundial.

Gràcies Pep. Sos grande, Leo. 

jueves, 3 de mayo de 2012

Cada uno disfruta como quiere.


Aquellos que hoy defienden que el campeón siempre lo és con justicia, por muy escondidos que estuviesen los últimos tres años, tienen razón al ensalzar los méritos ligueros de este Real Madrid.

Sin embargo, por mucho que esos defensores de fantásticos segundos años y persistentes fines de ciclo pasen ahora de puntillas por cocheras actitudes macarras, acomplejadas obsesiones enfermizas e histéricos cortes de mangas, el precio que ha tenido que pagar este campeón para ver como un señor con perilla tenía que agarrar a un Casillas merengoneando a La Cibeles, ha sido demasiado alto.

La mayoría disfrutamos de las alegrías como podemos. El madridismo tiene la suerte de disfrutarlas como quiere; porque el florentinismo, el mourinhismo y el cristianismo son tres plagas que han llegado con el beneplácito de una afición que quiere creer en explicaciones cavernarias al iniciático dedo de Mou, a la insistente tabarra pendenciera de Guardiola o a la postrera butifarra de Cristiano, saltándose cualquier racional autocrítica al inpresentabilismo de un todo vale capaz de aúpar al equipo más borde de la historia a ese pedestal que algunos parecen creer que les corresponde por designio divino.

O sea, que después de una temporada que arrancó con una Supercopa en la que Messi y Tito provocaron "supuestamente" a un banquillo madridista repleto de inocentes querubines, que transcurrió con un incontrolado Pep Guardiola quejándose "injustificadamente" de un trato arbitral jamás antes cuestionado por el delicado José Mourinho y que ha finalizado con un indefenso Cristiano respondiendo educadamente a los hipotéticamente "probados" insultos de un asilvestrado Javi Martínez, nos toca felicitar a aquellos que antes han defecado impúdicamente y con todo su señorío sobre lo que, pobres de nosotros, habíamos creído que era el inicio de una nueva era en la historia del fútbol.

Felicidades. Eso es lo que han querido. Es lo que han elegido. Que les aproveche.