Finiquitada la temporada, parece obligado hacer un resumen. Resumen interesado, por supuesto.
Para unos, la ultramegavaliosa Copa del año pasado ha dado paso a la Liga de todas las ligas, la de los récords, la del ansiado fin de ciclo.
Para otros, la Copa de Botswana significa la cuadratura de un círculo virtuoso que, en forma de catorce títulos, confirma la hegemonía del mejor equipo de fútbol de la historia.
El fútbol circula por el movedizo territorio de las emociones, por lo que reclamar un mínimo de cordura es, al menos, complicado.
Cada uno tiene su parte de razón, pero un día después del final de todo, lo que realmente importa a los de siempre es que las aficiones de los finalistas de la Copa del Rey silbasen el himno de España (es curioso que la caverna ilustre obsesivamente con estelades catalanas el concierto de viento de un Calderón ocupado en sus dos terceras partes por seguidores del Athletic), que el villarato sigue robando penaltis a los rivales de un avasallador F.C. Barcelona que, además, insisten en abrirse de piernas ante el "aburrido" juego blaugrana (Tomás Guasch, en Marca, insiste en los valores futbolísticos de un Chelsea adoptado por el merengonismo oficial en contraposión con el tostón guardiolista) y que el Barça siga quedando retratado como una institución barriobajera que, al contrario que el señorial Real Madrid de José Mourinho, no sabe ni perder ni ganar (de traca el numerito del impresentable Siro López en Punto Pelota).
Y sin embargo, lo que queda es que en lo que llevamos de siglo XXI el Barça supera en siete títulos oficiales al mejor club del siglo XX, y que en las dos temporadas de Mou en el Madrid el club blanco ha conquistado una Copa y una Liga (enhorabuena) frente a los siete títulos del Barça (Champions incluida) en ese mismo periodo.
Eso si. La sanción a Tito Vilanova por meter el ojo en el dedo de Mou, permitirá al nuevo entrenador del Barça iniciar la temporada sin jugarse el físico ante The Special One.
¡Menos mal!