viernes, 8 de febrero de 2013

Epílogo.


Hay una corriente muy extendida en nuestro entorno que nos obliga a pensar que las croquetas de nuestra abuela están más allá del bien y del mal y que los macarrones de nuestra madre son los más cojonudos.

Existe, eso si, un consenso menos generalizado en cuanto a las habilidades de nuestra suegra. 

En mi caso, más allá de albóndigas con sepia y tortillas de patata más o menos conseguidas, una íntima convicción se ha transformado en una de las verdades absolutas de mi vida, quizás en la única: soy nieto del mejor barcelonista de la historia.

Supongo que una afirmación tan categórica es compartida por muchos de los que puedan leer estas líneas... No hay problema, les dejo que sus abuelos también sean los mejores culés del mundo mundial. Pero mi abuelo era la hostia.

Mi abuelo vivió pocas tardes de gloria y muchos sinsabores en Les Corts, en el Camp Nou, pero mantuvo intacto su sentimiento a lo largo de años muy oscuros.

Siempre he admirado a los culés que lo son por convicción, a aquellos que se han hecho del Barça por decisión propia. No es mi caso. Yo lo tuve más fácil.

Mi abuelo comenzó a llevarme de la mano al Camp Nou. Mi abuelo acabó yendo de mi mano al Camp Nou. Disfrutamos, y sufrimos, siempre igual. Con toda la pasión de la que eramos capaces.

Recuerdo a mi abuelo vibrando con Cruyff, con Simonsen, algo menos con Maradona... y recuerdo a mi abuelo gozando con el Dream Team, viviendo nuestra primera y su única Copa de Europa.

Y también recuerdo a mi abuelo cabreándose como una mona oyendo a García todas las noches, con la radio debajo de la almohada.

Entonces no entendía ese masoquismo, esa flagelación nocturna... Tuve que hacerme muy mayor para entender lo importante que era saber como piensa la trinchera de enfrente.

La central lechera de mi abuelo, la de Bernabéu, era tan prepotente, tan cínica, tan hipócrita como la de ahora, pero entonces no había late night cavernario en la TDT, no había Punto Pelota.

Mi abuelo se murió, ya hace unos cuantos años, sin ver a Ronaldinho en el campo, sin ver a Pep Guardiola en el banquillo, sin ver nuestras tres últimas Champions en el Museu, sin adivinar que podría haber un jugador como Messi.

Pero aunque mi abuelo se murió, por supuesto, sin tener ni la más remota idea de lo que sería un blog o de lo que sería Twitter, aunque mi abuelo no decía un taco ni que lo matasen, mi abuelo era la hostia. Y os puedo asegurar que todos mis artículos y todos mis tweets los dicta, de un modo u otro, mi abuelo.

Somos lo que somos gracias a lo que fueron los que nos trajeron hasta aquí.

Como el Barça.