jueves, 15 de mayo de 2014

Batallitas...

Época de comuniones. Las bodas, a partir del segundo plato del banquete, pueden llegar a tener cierta sustancia. Las comuniones no. Las comuniones son, indefectiblemente, un coñazo.

Las comuniones son de muy difícil digestión porque, más allá del rito y del azúcar, en ellas sueles coincidir con el inevitable e inaguantable cuñado, con crispadas señoras de mediana edad que no se han tomado la pastilla, e incluso con conocidos y saludados de distinto pelaje con los que no necesariamente tienes ganas de intercambiar tópicos y obviedades. 

Transitaba yo la otra tarde por una de esas comuniones de inexcusable cumplimiento cuando, de entre los concurrentes, surgió un amigo. Bien, más que un amigo, un antiguo compañero de farras y desmanes. Nos reconocimos de inmediato... "¿Cuanto hace que no nos vemos?" (el más obvio de los topicazos). Pues hacía exactamente treinta años que no nos veíamos. 

Treinta años puede parecer una magnitud como cualquier otra. En este caso, me impresionó en relación al tipo de experiencias que había compartido con el camarada en cuestión. No estamos hablando de juegos en el jardín de infancia, ni de gamberradas en el colegio... Hablamos de experiencias juveniles que, enfocadas bajo el prisma de los años, demuestran lo mayores que nos hemos hecho.

Si, es cierto que para decir que me he hecho muy mayor, no era necesario detallar los excitantes eventos a los que me invitan los sábados por la tarde. Pero el escenario me venía bien para explicar que, gente que hemos ido haciendo nuestras vidas, que hemos ido construyendo familias, que hemos intentando mantener puestos de trabajo, que nos hemos abierto perfiles en Facebook, en Linkedin, en Instagram, o que incluso tenemos una cuenta, o dos, en Twitter, que en definitiva somos capaces de vivir en el mundo de hoy aunque rondemos la cincuentena, comenzamos a saber de que iba la vida bastante antes de que Er1c, Sport Coach, e incluso el popular Media Coach, fuesen herramientas de uso obligado.

Es lógico que las pujantes nuevas generaciones (no sólo las del PP, Dios me libre), estén convencidas de que todo aquel al que se le ha ocurrido no ser un nativo digital, navega (no precisamente por Internet) y no tiene ni puñetera idea de como aplicar las nuevas tecnologías en su día a día.

Craso error. Las soluciones que se encierran en cualquier programa de gestión, ¡oh, sorpresa! proceden de los conocimientos desarrollados durante décadas por señores y señoras que, incluso, no llegaron a saber quien coño eran Steve Jobs o Bill Gates.. 

A algunos nos ha costado treinta años llegar a saber por donde van los tiros, pero ya es muy difícil que nos disparen por la espalda. Yo no podría trabajar sin mi ordenador ni mi móvil, pero, llamadme romántico, mantengo mi agenda. Cosas de la edad.


En esa agenda, llevo muchos años anotando minuciosamente las fechas en que debo mantener una reunión o, simplemente, los cumpleaños de alguno de los chavalines (todos muy jóvenes) que trabajan conmigo. La putada es que, antes de abrir la agenda, mi smartphone se encarga de recordarme cualquiera de esos acontecimientos. Pero que queréis que os diga, será que alguien tiene que seguir comprando agendas.

Los chavalines a los que me refiero, son jóvenes profesionales muy preparados, con los que he tenido la oportunidad de crear, desarrollar y compartir, a lo largo de estos años, equipos de trabajo de alto rendimiento.

Mi filosofía, probablemente muy anticuada, siempre ha sido la de confiar en la capacidad individual y en aprovechar los puntos fuertes de cada uno de ellos. A medio plazo, el que no sirve (o el que te engaña) es incapaz de mantener el ritmo. Los buenos, optimizan su rendimiento y se convierten en muy buenos.

Y es que un equipo comercial no está compuesto, evidentemente, por megacracks del deporte que ganan en un año lo que yo no ganaré en toda mi vida y que se trajinan a estrellas del pop o a supermodelos supermacizorras. Esa es la gran ventaja que tengo sobre el Tata Martino. Puedo confiar en el compromiso personal sin tener que sacar el látigo.

La otra gran ventaja es que yo he dispuesto de muchos años para formar el equipo que más se adaptaba a mis características. Con Gerardo Martino hemos comprado un parche al que le exigimos las prestaciones de un abrigo de visón. Es inevitable... gajes de tener uno de los empleos más codiciados del mundo del deporte (por el Tata lo digo, claro).

Y aunque  Martino no es el mejor entrenador del mundo y Martino no ha sacado el látigo, no creo que esos sean sus pecados capitales. Sus errores han sido otros.

Su primer gran error fue no enfrentarse a quien le contrató para exigir la plantilla que a él le convenía. Haber aterrizado con la pretemporada comenzada, haber tenido una exagerada sensación de interinidad y haber tenido la sensación de que trabajaba atenazado por premisas inamovibles no le han ayudado en ese aspecto.

Su segundo gran error fue no saber manejar a una prensa que, después de criticarle el traje del día de la presentación, el polo pistacho, el sobrepeso, la posesión ante el Rayo, el respeto a las esencias, vio en él a la víctima propiciatoria cuando los resultados le abandonaron. 

La prensa afín a la directiva ha visto en el Tata al responsable de los malos resultados (pudiendo ganar dos títulos), más allá de una nula planificación deportiva o de la nefasta gestión institucional.

El entorno virtual ha visto en el Tata a la personificación del rosellismo, del neo-rosellismo y del tribunerismo, más allá de las circunstancias y desgracias de toda índole y del apalancamiento general de una plantilla cansada de sí misma.

Ahora, a un partido de ganar o perder la Liga, el Tata Martino será el culpable de la derrota porque sus métodos son anticuados o será un mero espectador de una victoria que, pese a haber liderado más jornadas que nadie y pese a tener saldo favorable (si se gana el sábado) en los enfrentamientos con los dos finalistas de la Champions, no será merecida.

Seguro que tienen razón... pero a los que tenemos una edad, nos gusta contar batallitas.






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