sábado, 19 de noviembre de 2011

Obcecación.


El ser humano es, en esencia, un cúmulo de contradicciones que deambula por la vida con el afán de parecer coherente.

A la culerada, Hristo Stoitchkov le robó el alma porque jugó con su equipo y no con el gran rival, Luis Enrique se convirtió en uno de los suyos después de dar toda la rabia del mundo vestido de blanco, y esa misma culerada, disfruta hoy viendo jugar a Dani Alves con el Barça, sin pensar ni por un momento lo que sería sufrirlo con el Real Madrid.

Podríamos intercambiar esos nombres por los de Hugo Sánchez, Laudrup (o Figo) y Marcelo, por ejemplo, y veríamos el reflejo de la misma situación en campo contrario.

¿Es eso una contradicción? ¿En que cambia la personalidad de Neymar independientemente de si acaba jugando con unos o con otros? ¿Qué pasaría si en el Barça aún entrenase Cruyff y aprovechase para hacerle un contrato de seis meses a Guti? ¿Son siempre mejores personas los jugadores de tu equipo?

Está claro que no. Pero el motor del fútbol es la pasión, y la pasión nos guía hacía territorios donde la coherencia necesita, paradójicamente, muchas veces de la incongruencia para sostenerse.

Y el límite de esa incongruencia, el límite que no debe sobrepasarse, el límite donde el forofismo traspasa la peligrosa frontera del fanatismo, es aquel en el que uno es incapaz de discernir entre lo que está bien y está mal, entre lo que forma parte del juego y lo que roza con la mala leche criminal.

Es decir, el merengón más recalcitrante puede echar pestes de un Messi que, con la camiseta del Barça, le ha estado amargando la vida en las últimas temporadas, y el más acérrimo culé creerá, sin duda, que Cristiano Ronaldo es el futbolista más chulo que haya existido jamás, pero si se diese un hipotético (y absolutamente improbable) trasvase de cracks, unos y otros acabarían comiéndose con patatas sus más “profundas” convicciones, para acabar encontrándole todas las gracias al otrora odiado jugador rival. Eso sería un cambio de opinión incongruente, copernicano, dictado por el innegable forofismo que mueve el mundo del fútbol y que necesita arrinconar la contradicción para mantener a flote la coherencia con unos colores, con un equipo, convertida en un dogma sagrado para muchos aficionados.

El que odia al Cristiano madridista, pasaría a adorar al Cristiano barcelonista. El que ningunea al Messi blaugrana, se daría cuenta, repentinamente, de que el mejor futbolista de la historia estaría jugando vestido de blanco.

La contradicción se diluye en un voluble estado emocional. Lo que antes era blaugrana es ahora blanco, y lo que antes era blanco ahora es blaugrana. El cambio de opinión se basa en un cambio de circunstancia. ¿Patético? Tal vez. Pero inevitablemente balompédico.

Lo grave, lo que se sale del infantilismo que guía la pasional sustancia futbolera y entra en el territorio de la obcecación, del fanatismo, es sostener una teoría propia atacando esa misma teoría cuando la sostienen otros.

¿Cómo pueden los gurús del centralismo mediático, alimentar la teoría del dopaje como una de las bases de los éxitos ajenos, y rasgarse las vestiduras cuando esa teoría se vuelve contra ellos?

¿Acaso los únicos jugadores del malévolo campeón que no se dopan son aquellos que defienden la sacrosanta zamarra roja?

1 comentario:

  1. UNA VEZ MAS CHAPEAU.CREO QUE NOAH NO ES EL UNICO GILIP.... EL SUJETO QUE CON TANTA VEHEMENCIA DEFIENDE AL DEPORTE ESPAÑOL NO SE COMPORTÓ DE LA MISMA MANERA EN LA BAZOFIA DE PROGRAMA QUE PRESENTA, QUE YO RECUERDE CUANDO SE VOMITARON LAS FALSAS ACUSACIONES DE DOPAJE DE LOS JUGADORES DEL FUTBOL CLUB BARCELONA.

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